TIRO DE GRACIA
Ahí lo vimos, tendido al borde de la carretera. Un hermoso caballo negro. Agitaba las crines al viento -nunca he visto cabello más brillante- mientras alzaba la cabeza, relinchando de dolor.
Hay un momento, justo antes de la salida del sol, en el que una pálida luz elimina la realidad de las cosas. Bajo este resplandor azulado examiné al animal. Estaba herido de muerte, sin duda. Con un gesto mecánico miré hacia el horizonte, hasta donde se extendía la carretera, y luego sobre la sabana en todas las direcciones. Nada.
Sólo se escuchaba la respiración del caballo agonizante. Era, en verdad, un hermoso animal. Entonces me invadió una extraña emoción. Pensé que esta escena -un hombre junto a un caballo moribundo- se había repetido desde el inicio de la humanidad. Comprendí súbitamente que un vínculo inmemorial nos unía.
Ahí estabamos, el soldado que me escoltaba y yo, ambos en silencio. No sé cuánto tiempo pasó (¿segundos, minutos, horas?) Finalmente el soldado extrajo su pistola y le dió un tiro en la cabeza. La agonía había terminado. Nos quedamos callados otro rato, pensando yo en nada y quien sabe en qué el militar. Luego nos dimos vuelta y continuamos hasta nuestro destino. No hablamos en el resto del viaje, incluso nos despedimos en silencio con un apretón de manos.
Esto sucedió hace mucho tiempo; pero anoche, no sé por qué razón, volví a estar junto al caballo moribundo.
Hay un momento, justo antes de la salida del sol, en el que una pálida luz elimina la realidad de las cosas. Bajo este resplandor azulado examiné al animal. Estaba herido de muerte, sin duda. Con un gesto mecánico miré hacia el horizonte, hasta donde se extendía la carretera, y luego sobre la sabana en todas las direcciones. Nada.
Sólo se escuchaba la respiración del caballo agonizante. Era, en verdad, un hermoso animal. Entonces me invadió una extraña emoción. Pensé que esta escena -un hombre junto a un caballo moribundo- se había repetido desde el inicio de la humanidad. Comprendí súbitamente que un vínculo inmemorial nos unía.
Ahí estabamos, el soldado que me escoltaba y yo, ambos en silencio. No sé cuánto tiempo pasó (¿segundos, minutos, horas?) Finalmente el soldado extrajo su pistola y le dió un tiro en la cabeza. La agonía había terminado. Nos quedamos callados otro rato, pensando yo en nada y quien sabe en qué el militar. Luego nos dimos vuelta y continuamos hasta nuestro destino. No hablamos en el resto del viaje, incluso nos despedimos en silencio con un apretón de manos.
Esto sucedió hace mucho tiempo; pero anoche, no sé por qué razón, volví a estar junto al caballo moribundo.
5 Comments:
Excelente
¡Qué maravilla!
¡Bravísimo!
Cumplido el consejo de Cortázar:
el cuento debe ganar por K.O,
saludos desde la lona,
Altazor
buen post...
Muy bueno este post compadre, me hizo recordar una película que acabamos de traer Maito y yo de Madrid y que vimos ya el lunes pasado llamada "El Oso". Búsquela (aquí en la casa cuando venga será).
Un abrazo.
Excelente! Los cuentos cortos son lo máximo.
Me recordó un poema corto que habla del brillo del pelo del caballo negro... si me acuerdo bien lo comento (o si lo consigo webeando)
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