
Anoche estuve hasta muy tarde revisando papeles para el Informe. Recortes de prensa del "Aftenposten", telegramas enviados por Maito y Martín, cartas de Henry S, criptogramas de Lino Cuicas a su oficina central, mensajes de un desconocido Morelliano con notas al margen de un enigmático Tigre Garmendia.
¿Por dónde empezar, por dónde empezar? Comencé por hacer un catálogo de islas. Descarté de entrada a Isla Negra, pero el enigma continuaba impenetrable ¿Cuál será la Insula Neonachista?¿Será la Guadalupe de Víctor Hugues, las Cícladas con sus ídolos, la isla del Náufrago, la Barataria de Cervantes, el Tahiti de Gauguin, Lasmalvinasargentinas, la Itaca de Homero y de Cavafy, el recurrente Barbados, la Isla de Robinson? ¿O serán varias, lo cual multiplica el problema y lo convierte en un océano de archipiélagos que se bifurcan?
Apliqué el método más indicado en estos casos: el azar concurrente. Tomé uno de los ejemplares de Rayuela que tengo distribuidos por la casa para mayor facilidad, giré la manivela de la jaula metálica con bolitas numeradas que utilizaba Bolívar Coronado para jugar bingo en las verbenas de Villa de Cura y extraje una de las pequeñas esferas blancas:
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Busqué el capítulo indicado.
"Morelliana"
Recordé con emoción y con cierto temor reverencial lo que le pasó a Henry S. cuando se atrevió a aplicar una técnica parecida y encontró a Pavese mirándolo a los ojos. Expectante, proseguí la lectura mientras notaba que mi campo de visión se iba reduciendo poco a poco.
Desperté en un taxi que me paseaba por las calles de Reykjavik, bajo un calor abrasador. A mi izquierda el Malecón, y más allá el Mar Caribe infestado de icebergs. "A la Cinemateca, por favor" le ordené al taxista. Pocos minutos después estaba yo viendo los carteles de las diferentes películas del XII Festival de París en el Cine. Compré entradas para dos, cuyos anuncios me llamaron la atención: "
Cien Años de Verano en París" y "
¿Violó la Monja Azul en las Calles de París a Yang Tsé?"
Mientras esperaba la hora de la función, decidí tomar una siesta bajo una de las palmeras de la playa, entre morsas e igloos.
La fuerza de la revelación me hizo dar un salto, arrojando al suelo los libros, las caraoticas del bingo y las bolitas numeradas. Aún rebotaban éstas por la casa cuando ya había salido rumbo al aeropuerto.
En dos horas despego hacia Islandia, la Isla Neonachista.